En
este apartado vamos a recoger numerosas citas que reflejan los
sentimientos que tienen las personas implicadas en un acogimiento: en
primer lugar de los menores de acogida, y luego, sin seguir el orden,
de los hermanos de acogida, de los padres de acogidas y de algunas
personas que se ofrecen como voluntarios para hacer felices a los
niños y niñas que están en los centros esperando ser acogidos por
familias. Estas citas han sido extraídas de las historias reales que
narra una madre de acogida tras comenzar a vivir esta experiencia de
ser madre de acogida a la que incluye su familia biológica (marido e
hijos) para sensibilizar a otras posibles familias de acogida y a
toda persona que tenga el privilegio de leer este libro, titulado:
"Adivina quién llama a la puerta, la aventura de ser un niño
acogido":
"La residencias no hacen a los niños malos ni buenos, simplemente, no los hacen. Son anulapersonalidades" Pepe, ochenta años, visitaba la residencia cada sábado, p.29.
"Nosotros no le podemos hacer eso a Blas (su perro), mamá, porque a las residencias solo van los que nadie quiere, o los que se portan mal". Miguel siete años, p.32.
"Hoy en el cole me han llamado mentiroso. Me lo han llamado mis amigos: dicen que los hermanos tienen los mismo apellidos, y nosotros tenemos tres distintos" Pablo hermano de acogida, p.35.
“Tú
no tienes por qué dar explicaciones, son tus hermanos y ya está”
Madre de acogida a su hijo biológico, p. 36.
“No
pretendo que os den lástima, no se trata de eso, pero tampoco que os
compadezcáis vosotros. Es verdad que han cambiado, y quiero que os
pongáis en su lugar para comprender por qué afortunadamente están
cambiando. Llegaron con miedo a no encajar, a no aprobar, a no
pasar el listón. Ya les habían abandonado una vez y, eso, un niño
no lo olvida fácilmente” padre de acogida a sus hijos biológicos,
p. 38.
“Pues
mira, acoger no es vivir con la amenaza constante de que “te lo van
a quitar” en cualquier momento. Hay muchas falsas creencias sobre
este asunto porque cada vez que se da el caso de un juez que
dictamina que un niño vuelva con sus padres biológicos después de
un período largo de convivencia con una familia acogedora, el tema
tiene tanto morbo que la prensa se ceba y parece que todos los
acogimientos terminan así. No es verdad, un acogimiento permanente
tiene carácter indefinido” madre de acogida a amistades, p. 58.
“-
O sea que termina en un adopción. […] – A veces pero no
forzosamente. Yo tengo asumido que les acompaño en un tramo de su
vida, hasta que caminen solos o vuelvan con los suyos…[…] –
Duro es que sigan en los centros esperando la visita de sus padres.
Yo sé que el día que se vayan lloraré de dolor…, y de alegría.
Como el día que se vayan los “socios” como les llamas tú, Lola.
¿O es que pensáis que los socios se quedan eternamente?”
Madre de acogida a amistades, p. 58.
“Estos
tres niños que hemos acogido, algún día se irán. Y serán
nuestros hijos, y serán hijos de sus padres biológicos también,
pero por encima de todo eso, serán personas capaces de salir
adelante, de confiar y de afrontar su propia vida sin sentirse de
antemano fracasados”. Madre de acogida a amistades, p. 59.
“Entonces:
¿no estás enfadada conmigo’ Os quiero más que a nadie en esta
vida, sois lo único que tengo”. Madre biológica a su hija que
está de acogida, p. 68.
“Desde
que teníamos tantos hermanos, Pablo y yo habíamos ido
paulatinamente bajando la guardia en los estudios, aprovechando que
tenían que dividir su tiempo entre cinco y que confiaban en que los
mayores seríamos más responsables” hermana de acogida, p. 71.
“Yo
me volví loco de contento solo de pensar que iba a tener una
familia. Le espere con el equipaje hecho desde la semana anterior a
las vacaciones.” Un menor que vive en una residencia esperando una
familia de acogida, Pedro, p. 81.
“Al
principio recuerdo que todo me resultaba tan nuevo como extraño, muy
distinto a como tantas veces había pensado que sería mi
familia”, Pedro p. 82.
“En
Villamundo llegaban a veces chavales para los que la sonrisa no era
un gesto espontáneo. Aprendían a sonreír en el centro, a veces
tenían que pasar semanas y hasta meses, para que el tiempo borrase
ese rictus tenso, que hablaba de un pasado amargo”, Pedro p. 82.
“Había
deseado tanto tener una familia, que no me atrevía a imaginar unos
padres y unos hermanos mejores que los que me habían tocado a mí”,
Pedro p. 82.
“A
mis 14 años, sabía que el tiempo corría implacable en mi contra,
asfixiándome el presente, cerrándome el mañana. Arrancaba de mi
lado sin piedad a mis amigos, a lo que era peor, a mis hermanos:
primero se había marchado Carlos, el mayor, y ahora le tocaba
el turno a Isma. Y mientras yo seguía en el Centro, haciéndome
mayor, seguramente para siempre.- No, para siempre no, -recapacité-
si al menos fuera así…Cuando alcance la mayoría de edad no podré
seguir en Villamundo. ¿Y entonces qué va a ser de mí?, reflexiones
de Pedro, p. 83.
“Al
cumplir los dieciocho años, el único hogar que yo había conocido
me dejaría fuera de sus muros de piedra, y entonces me tendría que
buscar la vida o pasar a un piso de emancipación tutelado por los
servicios sociales, que me darían el pase. ¿Pero el pase a qué?
¿Habría algo al otro lado que mereciese la pena?, o simplemente,
más soledad…”, reflexiones de Pedro, p. 83.
“-¿Que
voy a hacer ahora? Esperar, seguir esperando…Un año más aquí (en
el centro) es un año menos de oportunidad y yo he tirado tres años
por la borda ¡para nada! La gente solo quiere a los chicos pequeños,
con los de mi edad ya no se atreven. Si pudiera dar marcha atrás
intentaría hacerlo mejor, pero ya es tarde”, Pedro p. 84.
“Sabía
que si hubiera sido al revés, si la suerte me hubiera alcanzado a mí
en vez de a Isma (su hermano), me habría sentido igualmente mal, por
dejar a mi hermano pequeño en Villamundo. Pero lo cierto es que era
yo el que se quedaba y tuve miedo de verme solo. Me vinieron ganas de
llorar porque sentía lástima de mí mismo, pero hacía tiempo que
no era capaz de llorar. Me he vuelto de madera -pensé-, como
dice mi Sor”, Pedro p. 85.
“No
puedes seguir por ese camino, Pedro, enfadado con el mundo y
desganado de todo, tienes que levantar cabeza si te quieres hacer un
hombre” una monja de la residencia a un chico de acogida, p. 101.
“En
el Centro, todos soñábamos con una familia; ninguno de nosotros
entendíamos por qué nos había tocado ser diferentes de los demás
niños que veíamos en el colegio, y deseábamos con toda el alma
tener la suerte de que unos padres como los que recogían a esos
niños al terminar las clases, se fijasen en nosotros”, Pedro p.
107.
“Mis
compañeros del Instituto no sabían que yo vivía en una Residencia,
y mucho menos, que mis padres estaban en prisión. Aunque yo a mis
amigos les contaba muchas cosas, esa parcela me la reservaba para mí,
porque a nadie le podía importar. Era mi secreto; mi vida”, Pedro
p. 110.
“Pensé
que tenía que ser maravilloso tener una abuela y deseé tenerla.
Nunca antes me había planteado una cosa así, para mi abuela
era una palabra rara como papa o incluso mama,
palabras con matices que se me escapaban”, Pedro p. 120.
“Está
todo, ¿no?, y se fiaba. Esa confianza fortalecía en nosotros el
deseo de no defraudarle: había que estar a la altura, no cabían el
engaño y la mentira”, Pedro p. 121.
“[…]
Si lo has hecho buscando compasión, has de saber que no te va a
ayudar en nada que los demás te tengan lástima a costa de
desgracias inventadas. Y si lo que pasa es que no te apetece contar
tu vida, no tienes que hacerlo Blanca, a nadie le importa donde está
tu madre ni por qué, pero no mates, porque el mentiroso se enreda en
sus propias mentiras hasta que se las acaba creyendo. Tu madre existe
y es la que es. Y la vas a seguir viendo cada mes, y nunca va a dejar
de ser tu madre aunque aparezca otra mamá distinta. […], palabras
de un hombre que saca a los chicos del centro los fines de semana a
una niña de acogida de ocho años, p. 125.
“Desde
pequeño me había avergonzado de vivir en un Centro y no tener una
familia como los niños normales, […]”, Pedro p. 128.
“Ya
una vez había visto a Carlos, mi hermano, en ese estado (de
embriaguez), y pensé si no seríamos todos nosotros (los niños de
acogida) malas semillas de malas hierbas”, Pedro p. 132.
“¡Qué
se puede esperar del hijo de una mujer que se pudre en la cárcel!
Eres mentiroso y ladrón, como la zorra de tu puta madre!”,
palabras de un chico de acogida a otro chico de acogida en el
instituto, p. 135.
“No
me preguntó nada. No le importó saber si había una explicación a
todo lo ocurrido, y, para sorpresa mía, comprobé que nos juzgaba a
los dos por el mismo rasero; el rasero de nuestra miseria, el rasero
de nuestra nada, como si diera por hecho que, tarde o temprano, algo
así tenía que suceder”, la directora del Centro a Pedro, p. 137.
“Yo
quería a mi madre, pero también tenía claro que si estaba en un
Centro era por ella, y por mi padre sin duda, solo que él para mí
no contaba. No la culpaba de nada pero, con el paso de los años,
simplemente se había desvanecido mi ilusión de volver algún día
junto a ella. No la traicionaría nunca, no la olvidaría, no la
borraría, pero en mi corazón tenía hueco para más, había un
vacío grande que deseaba llenar”, Pedro p.148.
“Manolo
me hacía ver con su cariño, con sus razonamientos, que un chaval
como yo también tenía un lugar en la vida y, entonces, me daban
ganas de avanzar, a pesar de todo. Las cosas era difíciles, pero se
podía ganar”, Pedro p. 150.
“Hoy
he tomado un café con Marta en la oficina. […] es que me ha
hablado de algo que hasta hoy desconocía: el acogimiento familiar,
¿habías oído hablar de ello? Es algo diferente, necesario…”,
le dice una mujer, Julia, a su marido, p. 162.
“Son
niños que no pueden ser adoptados, porque su familia biológica no
renuncia a ellos. A veces, la propia familia cede la custodia del
niño por un tiempo, pero lo normal es que tenga que intervenir un
juez. –Por una denuncia, imagino.
-Sí.
A veces un vecino, el pediatra, incluso un familiar cercano del niño
acuden a los servicios sociales o directamente denuncian, si el caso
es grave. Entonces las autoridades intervienen, sacan al niño de su
entorno, les retiran la custodia a los padres y lo levan a un Centro
de menores hasta que deciden qué hacer con él. Ahí es donde
aparece el acogimiento: les intentan buscar una familia educadora,
así lo llaman, una especie de familia de sustitución que se haga
cargo del niño, para evitar que se quede en una residencia
indefinidamente.
-Pero,
entonces, ¿qué diferencia hay con una adopción? –Pues que no se
rompe el vínculo familiar. La familia biológica no pierde la patria
potestad y eso les da derecho a ver a su hijo cada cierto tiempo. Es
decir, que el niño sigue siendo suyo, ¿¿entiendes?, la familia
acogedora hace la función de los padres, en principio solo por un
tiempo.
-¡Qué
duro! Tiene que resultar para el niño, para los acogedores, para los
padres biológicos…Me parece un híbrido difícil de afrontar.
“-Es
duro, si pero es lo que hay,- dijo Julia con resolución.- Muchas de
las situaciones que te encuentras en la vida están llenas de
matices: no son blancas o negras, sino de una amplia gama de grises,
pero hay que darles salida ¿no crees? Salidas grises quizás, pero
al fin y al cabo, salidas, menos negras seguro que la realidad
que viven esos niños”, conversaciones entre Julia y su marido, p.
163.
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