En
este apartado vamos a contar la experiencia de una chica que de
pequeña ha estado viviendo en situación de acogida con dos familias
distintas. Esta situación duro hasta algunos años después de
cumplir la mayoría de edad cuando ella tomo las riendas de su vida
decidiendo dónde y con quién vivir, formando nuevamente otra
familia. La historia está narrada en primera persona por la
protagonista.
Cuando
era pequeña surgió un problema en mi familia, por lo que uno de mis
tíos decidió llevarnos a mí y a mi hermano con él, nos acogió de
bulla (mi hermano tenía cuatro años y yo siete). Este tío
estaba casado y tenía tres niñas, de un año, de nueve y de once
años.
Mi
acogimiento se trataba de un acogimiento simple de carácter
transitorio hasta que uno de mis padres, ya que estaban separados,
pudieran hacerse cargo de nosotros.
En
función del parentesco mío y de mi hermano con la familia acogedora
fue un acogimiento en familia extensa, es decir, que no fue
una familia ajena la que nos acogió sino nuestra familia
biológica, en este caso mi tío.
Esta
situación es la primera medida que toma la Ley, porque permite que
el niño o niña conviva con personas que ya conoce y en las que
confía. En función de la formalización, se trató de un
acogimiento administrativo porque mis padres dieron el
consentimiento para el acogimiento.
El
transcurso con esta familia de acogida fue de un año debido a que mi
hermano y yo sufríamos maltrato tanto físico como psicológico,
predominando en la mayoría de los casos el físico.
Otros
de mis tíos al ver los golpes que teníamos mi hermano y yo
nos preguntaban qué nos había ocurrido. Nosotros siempre
recurríamos a decir que era un golpe que nos habíamos dado, no
siendo cierto, no decíamos la verdad por miedo. Hasta que un
día, aparecí con una mano señalada en mi cara, motivo para
que una de mis tías me cogiera y me llevara a un sitio donde
no había nadie y donde me preguntó quién me había pegado,
por fin le pude comentar lo que nos estaba ocurriendo a mí y a mi
hermano pequeño. Con lo cual estos tíos comenzaron con
trámites legales; denunciaron al mi tío, el cual nos tenía
de acogidos en ese momento.
Entre
todos estos últimos familiares decidieron si algunos de ellos nos
podían acoger o por el contrario, dejaban que otra familia nos
acogiera, y en el caso de que no hubiera una familia acogedora
pasaríamos a ir a un centro de acogida. Pero finalmente una de mis
tías decidió que ella nos acogía, por lo que nuevamente
fuimos acogidos.
Esta
tía estaba casada y tenía 3 hijos: una niña de dos años, otra de
siete y un niño de nueve. En este caso, esta tía que nos acogió si
nos trataba bien, al igual que su marido y mis primos. Ellos
nos han tenido de acogida desde que yo tenía nueve años
hasta que cumplí los veintiuno.
Desde
mi perspectiva, y viendo ahora desde fuera la acogida, la situación
de los niños de acogida es invisible en la mayoría de las
escuelas y, son niños y niñas que sufren muchos problemas
emocionales y necesitan que su situación sea normalizada.
Leyendo
un documento en internet encontré lo siguiente: “los niños y
niñas escolarizados con normalidad desde pequeños que han asistido
a una guardería o escuela infantil, y han cursado un preescolar
donde han aprendido las bases de la lectura y la escritura suelen
progresar en las habilidades escolares de forma paulatina. Pero si un
niño ha tenido una escolarización irregular, o no ha estado
escolarizado e incluso no ha tenido apoyo ni motivación para
realizar las tareas escolares, éste se encuentra en desventaja
respecto a los niños de su edad. Sin embargo, esto no significa que
tenga menos capacidad, sino que no ha tenido la oportunidad de
desarrollarla.
La
problemática familiar y social que han vivido anteriormente a la
acogida les ha generado un déficit escolar, así como dificultades
en las interacciones con sus iguales, lo que influye en que su ritmo
de aprendizaje sea diferente al de sus compañeros/as de clase.
Esto
lo comento, porque lo he vivido en el colegio. Cuando estaba
con mis padres si asistía al colegio de educación infantil, pero
una vez que mis padres se separaron y me quede a vivir con mi madre,
esta no me llevaba al colegio. Motivo por el cual, mi padre al
ser consciente de ello decidió llevarme con él. De este modo,
cuando vivía con él sí que iba al colegio regularmente hasta que
mi padre un día mi padre comenzó a consumir drogas, y
entonces la situación vivida en casa y las faltas de asistencia al
colegio provocaron que el déficit escolar que ya iba siendo
visible en mí debido a la falta de asistencia al colegio cuando
vivía con mi madre, aumentara debido a esta nueva situación
familiar. Cuando pasaron unas circunstancias determinadas y tras
ello, fui acogida por mi primera familia extensa de acogida y reanude
mi asistencia regular al colegio, pero ya iba con unas
carencias curriculares y sociales (mi relación con mi grupo de
iguales era de rechazo y por mi parte no quería hacer amigos, para
que no me preguntasen mi situación familiar y evitar así sentirme
“rara”). Durante el tiempo de mi primera acogida, que duró todo
un curso escolar, sentí que se me exigía el mismo
conocimiento que a mis compañeros, porque se suponía que lo
debería tener, por lo que mi tutora y maestros de ese año no
lo tuvieron en cuenta ya que desconocían mi situación familiar.
Pero tampoco recuerdo que se preocuparan en descubrir el porqué de
esa carencia que yo tenía.
Cuando
estuve en mi segunda familia de acogida las cosas, con respecto a
este tema escolar, fueron diferentes porque los nuevos maestros del
centro al que comencé a ir ya sí conocían mi situación, pero
aun así no vi, por parte de ninguno maestro, el apoyo que yo
necesitaba.
Mis
segundos tíos de acogida recibieron subvenciones por parte de la
Junta de Andalucía para poder sacarnos adelante en mejores
condiciones de vida. También teníamos subvenciones para poder
realizar las actividades extraescolares y asistir al comedor. Además
de estas ayudas, recibieron otras ayudas económicas por parte de
otro familiar y de mi padre que seguía estando presente en nuestras
vidas de esta forma.
Volviendo
atrás, durante el periodo de acogida con mi primera familia y debido
a las circunstancias de maltrato, lo pase muy mal y sobre todo
al ver que mi tío maltrataba a mi hermano, y que mis primas me
pegaban y además, me rompían los deberes del colegio. Con
este acogimiento de mi tío, tuve muchos problemas de adaptación y
sobre todo emocionales. Porque yo no quería creer que estaba
lejos de mi padre, que era con quien vivía anteriormente a la
acogida (me tomé esta situación de acogida como si fuera una
pesadilla de la que me iba a despertar en cualquier momento). Mi tío
y su mujer no tuvieron contacto con los centros que ayudan tanto a
las familias acogedoras como a los menores de acogida, por lo que no
nos llevaron a esos centros desde los cuales se intentaría
normalizar nuestra situación familiar, y tampoco recibimos por
tanto, atención psicológica mientras estuvimos con él, ya que no
quería que nadie se percatara de la situación de maltrato que nos
hacía vivir.
En
el transcurso de ese primer año de acogida con este tío mío,
recuerdo que en el colegio mis compañeros siempre se reían de mí
porque no llevaba los deberes hechos y porque, en la mayoría de las
ocasiones, no estudiaba para los exámenes. Mis compañeros me tenían
como la rara y la vaga que no hacia los deberes, realmente me
sentía incomprendida.
En
cuanto a la maestra decir una vez más, que ella no conocía la
situación y en clase no intentaba solventar las situaciones
problemáticas con mis compañeros y tampoco se interesó en buscar
la razón por la que no llevaba los deberes, no estudiaba y, por
tanto, presentaba carencias educativas y sociales. Ni siquiera buscó
un hueco para cogerme un momento a solas y preguntándome qué me
pasaba, esto es algo que siempre he echado de menos. Aunque si he de
decir que esta maestra intuía que yo lo estaba pasando mal, y digo
esto con seguridad porque si era consciente de que me trataba de
manera especial fuera de clase, por ejemplo solía darme regalos como
felpas o cualquier otra cosa material. Pero yo no necesitaba eso,
necesitaba apoyo emocional y comprensión. No la compasión, porque
eso no ayuda a sentirte bien ni a aprender, yo necesitaba una maestra
que se preocupase de mí, que intentase averiguar o buscar alguna
solución, por lo menos a la situación en clase.
Sin
embargo, y como he dicho ya, afortunadamente cuando me acogieron por
segunda vez la situación en el colegio y en casa fue muy diferente.
Mis tíos se preocuparon de llevarnos a mí y a mi hermano a
psicólogos. En un principio los psicólogos solo tuvieron pocas
citas conmigo porque dijeron que yo estaba bien, pero mi hermano que
era el más afectado, sobre todo porque era más pequeño, si fue más
veces al psicólogo. La atención en casa era mucho mejor y,
ahora el trato con mis primos y mis tíos era de amor.
Estos
segundos tíos si se encargaron de que mis maestros conocieran
mi situación y la de mi hermano, lo cual permitió mucha más
empatía por parte de los docentes. En el colegio ya no se reían de
mí por los deberes, porque ahora siempre los llevaba hechos y ya
podía estudiar con tranquilidad, pero claro las carencias de un año
perdido se notaron. Por lo que, en el colegio nuevo decidieron que yo
no estaba para repetir aunque se notaban ciertas carencias, sobre
todo en la asignatura de inglés, ya que en el año que estuve con mi
primera familia de acogida fue el primer año de inglés. He de
apuntar que me incorpore en el nuevo colegio a principio de curso
porque el proceso de acogida trascurrió a principios de verano, lo
cual fue un punto a favor para mí.
Los
nuevos problemas que sucedieron en este colegio fueron que mis
compañeros, como ahora si podía relacionarme con ellos y ellas
porque me lo permitían y no me rechazaban como en el caso anterior,
me hacían preguntas como ¿Tú vives con tus padres? ¿Dónde está
tu padre? ¿Tu padre está en prisión?... Todo ello delante de otros
niños y yo no sabía que contestar. Estas preguntas surgieron porque
mis primos, de la misma edad que mi hermano y yo, estaban en el
colegio y en la misma clase (mi primo en la misma clase que yo y mi
prima en la de mi hermano) y esta situación mostraba, a veces sin
darnos cuenta, que vivíamos en la misma casa pero que no éramos
hermanos, por lo que a partir de ahí surgieron las preguntas de los
niños y niñas. Preguntas que hacían que sintiera que mi situación
no era normal.
En
el instituto, ya por fin, dejaron de hacerme estas preguntas
porque entré sola, sin mi primo. Él tuvo que repetir curso y
yo marché al instituto, desapareciendo así las inapropiadas
interrogaciones de los niños y niñas del colegio. Esto fue posible
también porque yo ocultaba de donde procedía (de una familia de
acogida).
Esta
opresión me trajo muchos problemas en la adolescencia; no quería
relacionarme con nadie, ni salir a la calle, hasta que desencadenó
un problema mayor y me tuvieron que llevar al psicólogo de
urgencias.
Finalmente
con ayuda de mis tíos y del psicólogo hacia los 17
años conseguí superar mi situación y finalmente en
la universidad conseguí hacer amigos de verdad a los que poderles
contarle mi situación familiar con total normalidad. Y es
ahora, cuando me he dado cuenta que mi situación era normal,
tan aceptada como cualquier otra. Por ello, me gustaría dar un
consejo a todos los docentes: preocúpense de vuestros alumnos y
sobre todo desvívanse por educar sus emociones porque son muy
importantes y así permitiréis crear personas sanas y felices,
previniendo futuros problemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario