NIÑOS/AS DE ACOGIDA

miércoles, 22 de abril de 2015

Niños/adultos de acogida

En este apartado vamos a contar la experiencia de una chica que de pequeña ha estado viviendo en situación de acogida con dos familias distintas. Esta situación duro hasta algunos años después de cumplir la mayoría de edad cuando ella tomo las riendas de su vida decidiendo dónde y con quién vivir, formando nuevamente otra familia. La historia está narrada en primera persona por la protagonista.

Cuando era pequeña surgió un problema en mi familia, por lo que uno de mis tíos decidió llevarnos a mí y a mi hermano con él, nos acogió de bulla  (mi hermano tenía cuatro años y yo siete). Este tío estaba casado y tenía tres niñas, de un año, de nueve y de once años.

Mi acogimiento se trataba de un acogimiento simple de carácter transitorio hasta que uno de mis padres, ya que estaban separados, pudieran hacerse cargo de nosotros.

En función del parentesco mío y de mi hermano con la familia acogedora fue un acogimiento en familia extensa, es decir, que no fue una familia ajena la que nos acogió sino nuestra  familia biológica, en este caso mi tío.

Esta situación es la primera medida que toma la Ley, porque permite que el niño o niña conviva con personas que ya conoce y en las que confía. En función de la formalización, se trató de un acogimiento administrativo porque mis padres dieron el consentimiento para el acogimiento.

El transcurso con esta familia de acogida fue de un año debido a que mi hermano y yo sufríamos maltrato tanto físico como psicológico, predominando en la mayoría de los casos el físico.
Otros de mis  tíos al ver los golpes que teníamos mi hermano y yo nos preguntaban qué nos había ocurrido. Nosotros siempre recurríamos a decir que era un golpe que nos habíamos dado, no siendo cierto, no decíamos la verdad  por miedo. Hasta que un día,  aparecí con una mano señalada en mi cara, motivo para que  una de mis tías me cogiera y me llevara a un sitio donde no había nadie y donde me preguntó quién me había pegado,  por fin le pude comentar lo que nos estaba ocurriendo a mí y a mi hermano pequeño. Con lo cual estos  tíos comenzaron con trámites legales; denunciaron al  mi tío, el cual nos tenía de acogidos en ese momento.

Entre todos estos últimos familiares decidieron si algunos de ellos nos podían acoger o por el contrario,  dejaban que otra familia nos acogiera, y en el caso de que no hubiera una familia acogedora pasaríamos a ir a un centro de acogida. Pero finalmente una de mis tías decidió que ella nos acogía, por lo que  nuevamente fuimos acogidos.
Esta tía estaba casada y tenía 3 hijos: una niña de dos años, otra de siete y un niño de nueve. En este caso, esta tía que nos acogió si nos trataba bien, al igual que  su marido y mis primos. Ellos nos han tenido de acogida desde que yo tenía  nueve  años hasta que cumplí  los veintiuno.

Desde mi perspectiva, y viendo ahora desde fuera la acogida, la situación de los  niños de acogida es invisible en la mayoría de las escuelas y, son niños y niñas que sufren muchos problemas emocionales y necesitan que su situación sea normalizada.

Leyendo un documento en internet encontré lo siguiente: “los niños y niñas escolarizados con normalidad desde pequeños que han asistido a una guardería o escuela infantil, y han cursado un preescolar donde han aprendido las bases de la lectura y la escritura suelen  progresar en las habilidades escolares de forma paulatina. Pero si un niño ha tenido una escolarización irregular, o no ha estado escolarizado e incluso  no ha tenido apoyo ni motivación para realizar las tareas escolares, éste se encuentra en desventaja respecto a los niños de su edad. Sin embargo, esto no significa que tenga menos capacidad, sino que no ha tenido la oportunidad de desarrollarla.

La problemática familiar y social que han vivido anteriormente a la acogida les ha generado un déficit escolar, así como dificultades en las interacciones con sus iguales, lo que influye en que su ritmo de aprendizaje sea diferente al de sus compañeros/as de clase.

Esto lo comento, porque lo he vivido en el colegio. Cuando  estaba con mis padres si asistía al colegio de educación infantil, pero una vez que mis padres se separaron y me quede a vivir con mi madre,  esta no me llevaba al colegio. Motivo por el cual, mi padre  al ser consciente de ello decidió llevarme con él. De este modo, cuando vivía con él sí que iba al colegio regularmente hasta que mi padre un día  mi padre comenzó a consumir drogas,  y entonces la situación vivida en casa y las faltas de asistencia al colegio provocaron que  el déficit escolar que ya iba siendo visible en mí debido a la falta de asistencia al colegio cuando vivía con mi madre, aumentara debido a esta nueva situación familiar. Cuando pasaron unas circunstancias determinadas y tras ello, fui acogida por mi primera familia extensa de acogida y reanude mi asistencia regular al colegio, pero  ya iba con unas carencias curriculares y sociales (mi relación con mi grupo de iguales era de rechazo y por mi parte no quería hacer amigos, para que no me preguntasen mi situación familiar y evitar así sentirme “rara”). Durante el tiempo de mi primera acogida, que duró todo un curso escolar,  sentí que se me exigía el mismo conocimiento que a mis compañeros,  porque se suponía que lo debería tener, por lo que  mi tutora y maestros de ese año no lo tuvieron en cuenta ya que desconocían mi situación familiar. Pero tampoco recuerdo que se preocuparan en descubrir el porqué de esa carencia que yo tenía.

Cuando estuve en mi segunda familia de acogida las cosas, con respecto a este tema escolar, fueron diferentes porque los nuevos maestros del centro al que comencé a ir ya sí conocían mi situación,  pero aun así no vi,  por parte de ninguno maestro, el apoyo que yo necesitaba.

Mis segundos tíos de acogida recibieron subvenciones por parte de la Junta de Andalucía para poder sacarnos adelante en mejores condiciones de vida. También teníamos subvenciones para poder realizar las actividades extraescolares y asistir al comedor. Además de estas ayudas, recibieron otras ayudas económicas por parte de otro familiar y de mi padre que seguía estando presente en nuestras vidas de esta forma.

Volviendo atrás, durante el periodo de acogida con mi primera familia y debido a las circunstancias de maltrato,  lo pase muy mal y sobre todo al ver que mi tío maltrataba a mi hermano, y que mis primas me pegaban y además,  me rompían los deberes del colegio. Con este acogimiento de mi tío, tuve muchos problemas de adaptación y sobre todo  emocionales. Porque yo no quería creer que estaba lejos de mi padre, que era con quien vivía anteriormente a la acogida (me tomé esta situación de acogida  como si fuera una pesadilla de la que me iba a despertar en cualquier momento). Mi tío y su mujer no tuvieron contacto con los centros que ayudan tanto a las familias acogedoras como a los menores de acogida, por lo que no nos llevaron a esos centros desde los cuales se intentaría  normalizar nuestra situación familiar, y tampoco recibimos por tanto, atención psicológica mientras estuvimos con él, ya que no quería que nadie se percatara de la situación de maltrato que nos hacía vivir.

En el transcurso de ese primer  año de acogida con este tío mío, recuerdo que en el colegio mis compañeros siempre se reían de mí porque no llevaba los deberes hechos y porque, en la mayoría de las ocasiones, no estudiaba para los exámenes. Mis compañeros me tenían como la rara y la vaga  que no hacia los deberes, realmente me sentía incomprendida.

En cuanto a la maestra decir una vez más, que ella no conocía la situación y en clase no intentaba solventar las situaciones problemáticas con mis compañeros y tampoco se interesó en buscar la razón por la que no llevaba los deberes, no estudiaba y, por tanto, presentaba carencias educativas y sociales. Ni siquiera buscó un hueco para cogerme un momento a solas y preguntándome qué me pasaba, esto es algo que siempre he echado de menos. Aunque si he de decir que esta maestra intuía que yo lo estaba pasando mal, y digo esto con seguridad porque si era consciente de que me trataba de manera especial fuera de clase, por ejemplo solía darme regalos como felpas o cualquier otra cosa material. Pero yo no necesitaba eso, necesitaba apoyo emocional y comprensión. No la compasión, porque eso no ayuda a sentirte bien ni a aprender, yo necesitaba una maestra que se preocupase de mí, que intentase averiguar o buscar alguna solución, por lo menos a la situación en clase.

Sin embargo, y como he dicho ya, afortunadamente cuando me acogieron por segunda vez la situación en el colegio y en casa fue muy diferente. Mis tíos se preocuparon de llevarnos a mí y a mi hermano a psicólogos. En un principio los psicólogos solo tuvieron pocas citas conmigo porque dijeron que yo estaba bien, pero mi hermano que era el más afectado, sobre todo porque era más pequeño, si fue más veces al psicólogo.  La atención en casa era mucho mejor y, ahora el trato con mis primos y mis tíos era de amor.

Estos segundos  tíos si se encargaron de que mis maestros conocieran mi situación y la de mi hermano, lo cual permitió mucha más empatía por parte de los docentes. En el colegio ya no se reían de mí por los deberes, porque ahora siempre los llevaba hechos y ya podía estudiar con tranquilidad, pero claro las carencias de un año perdido se notaron. Por lo que, en el colegio nuevo decidieron que yo no estaba para repetir aunque se notaban ciertas carencias, sobre todo en la asignatura de inglés, ya que en el año que estuve con mi primera  familia de acogida fue el primer año de inglés. He de apuntar que me incorpore en el nuevo colegio a principio de curso porque el proceso de acogida trascurrió a principios de verano, lo cual fue un punto a favor para mí.

Los nuevos problemas que sucedieron en este colegio fueron que mis compañeros, como ahora si podía relacionarme con ellos y ellas porque me lo permitían y no me rechazaban como en el caso anterior, me hacían preguntas como ¿Tú vives con tus padres? ¿Dónde está tu padre? ¿Tu padre está en prisión?... Todo ello delante de otros niños y yo no sabía que contestar. Estas preguntas surgieron porque mis primos, de la misma edad que mi hermano y yo, estaban en el colegio y en la misma clase (mi primo en la misma clase que yo y mi prima en la de mi hermano) y esta situación mostraba, a veces sin darnos cuenta, que vivíamos en la misma casa pero que no éramos hermanos, por lo que a partir de ahí surgieron las preguntas de los niños y niñas. Preguntas que hacían que sintiera que mi situación no era normal.

En el instituto, ya por fin,  dejaron de hacerme estas preguntas porque entré sola, sin mi primo.  Él tuvo que repetir curso  y yo marché al instituto, desapareciendo así  las inapropiadas  interrogaciones de los niños y niñas del colegio. Esto fue posible también porque yo ocultaba de donde procedía (de una familia de acogida).

Esta opresión me trajo muchos problemas en la adolescencia; no quería relacionarme con nadie, ni salir a la calle, hasta que desencadenó un problema mayor y me tuvieron que llevar al psicólogo de urgencias.

Finalmente con ayuda de mis tíos y del psicólogo hacia los 17 años conseguí superar mi situación y finalmente en la universidad conseguí hacer amigos de verdad a los que poderles  contarle mi situación familiar con total normalidad. Y es ahora,  cuando me he dado cuenta que mi situación era normal, tan aceptada como cualquier otra. Por ello, me gustaría dar un consejo a todos los docentes: preocúpense de vuestros alumnos y sobre todo desvívanse por educar sus emociones porque son muy importantes y así permitiréis crear personas sanas y  felices,  previniendo futuros problemas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

VIVIR EN UN CENTRO NO ES IGUAL QUE VIVIR EN FAMILIA